Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1475
Legislatura: 1893-1894 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 10 de mayo de 1893
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 30, 685-688
Tema: Prórroga indefinida de la sesión del 10 de Mayo

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Su señoría supone que la guerra ha partido del Gobierno, y ese es el error fundamental; porque el Gobierno, en cumplimiento de su deber, presentó un proyecto de ley hace muchos días a la otra Cámara, y ese proyecto ha sido aprobado, y ha venido aquí. ¿Es esto violentar a nadie? ¿De quién ha partido la provocación más que de la minoría republicana, que por boca del Sr. Salmerón, en las primeras palabras pronunciadas en este debate, empezó por decir: "estamos dispuestos a que este proyecto no sea ley; a hacer obstrucción por todos los medios imaginables; a valernos de todos los recursos posibles para que no sea ley?¿No es esto un reto al Gobierno? (Muy bien, muy bien, en la mayoría.- El Sr. Salmerón: No es un reto, es aceptar el reto vuestro.)"

El Gobierno se ve en el sensible caso de aceptar el reto, porque si no lo aceptara resultaría que el señor Salmerón, no me atrevo a decir que toda la representación republicana, se imponía al Senado, al Congreso y a los Poderes públicos, y eso no sería digno si los Poderes públicos lo permitieran, ni de las Cortes, ni del Gobierno, ni de nadie. (Aplausos en la mayoría.) El Gobierno ha estado en su derecho al presentar un proyecto de ley que creía conveniente a los intereses del país y que tenía pensamiento de presentar antes de que las elecciones tuvieran lugar. Eso de que creen los republicanos que nosotros lo hemos presentado por temor a que venzan ellos en las capitales importantes, como ocurrió, ¡Dios sabe por qué! en las elecciones de Diputados a Cortes, es una ilusión que SS. SS. (El Sr. Carvajal: Pues si Dios sabe por qué, es providencial.) Antes de que las elecciones tuvieran lugar, el pensamiento del Gobierno era modificar por completo la organización municipal y poner aquellos medios indispensables para que no sucediera con los Municipios lo que ha sucedido hasta aquí. El Gobierno pensó que al mismo tiempo que se reorganizaba la Hacienda del Estado era necesario reorganizar la Hacienda del Municipio y de la Provincia porque no se conseguiría nada con obtener lo primero si no se alcanzara lo segundo. Y en este sentido, creyó que era tan urgente como los proyectos de Hacienda, el proyecto determinando las facultades del Municipio y de la provincia, y lo anunció así en el mensaje; claro está que con la idea que tenía el Gobierno de que esos proyectos de ley se convirtieran pronto en leyes.

¿Es que va a permitir el Gobierno, por poco previsor que sea, que dentro de tres o cuatro días se verifiquen unas elecciones municipales para repartirlas dentro de pocos meses y para que la Nación española sufra nada menos que cuatro elecciones por sufragio universal en un año, cuando no hay país que las resista? ¿Sería esto previsor en ningún Gobierno? ¿No faltaría a los deberes más elementales el Gobierno que tal cosa consistiera? [685]

Pues eso es el principio, ese es el origen de tal cuestión. Por lo demás, ¿qué miedo hemos de tener nosotros a los republicanos? (Aplausos en la mayoría.)

Pues qué, ¿no habéis visto, Sres. Diputados cómo el Sr. Salmerón emplea sus acentos más dramáticos contra la falsificación de las listas en todas partes, diciendo además que los que venían aquí por virtud de esas listas falsas, aunque los proclamara el Congreso como Diputados, si tomaban asiento, no tenían vergüenza? Porque es de advertir que S. S. hace tiempo que emplea unas palabras tan gruesas que, francamente, no son propias de la inteligencia de S. S. De manera que S. S., que llega hasta decir que no tendrían vergüenza los Diputados que vinieran por virtud de listas falsas si tomaban asiento en el Congreso, quiere con todo su catonismo que cuando está demostrado por S. S?. (El Sr. Salmerón: He demostrado todo lo contrario de lo que está diciendo S. S.- Una voz: ¡Fuera!- El Sr. Carvajal: Esa palabra es impropia del Parlamento.- El Sr. Salmerón: Esos que dicen fuera, que nos expulsen si se atreven a hacerlo.) Nadie pretende eso. (El Sr. Carvajal: Es que se oyen cosas aquí que no se oyen en ninguna parte.) ¡Ya lo creo! de ese lado se oyen cosas que en ninguna parte se han oído. (El Sr. Salmerón: ¿Cuáles?- El Señor Carvajal: Ya contestaré al Sr. Sagasta, de quien he oído cosas que no puedo repetir.)

El Sr. PRESIDENTE: Orden, Sres. Diputados. Señor Carvajal, S. S. está haciendo uso de la palabra sin que se le haya concedido.

El Sr. CARVAJAL: Ya sé que no la tengo, por eso la uso.

El Sr. PRESIDENTE: ¿Que por eso la usa? Pues entonces hace mal S. S. en faltar a la Presidencia.

El Sr. CARVAJAL: Perdone el Sr. Presidente pero esa palabra en sus labios me parece demasiado dura para que yo la acepte benévolamente.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pues bien, señores, aunque las listas no estuvieran falsificadas en gran parte de España, porque el Sr. Salmerón sabe como yo que hay capitales que no tienen censo y en donde no podrían realizarse las elecciones, y que hay 80 poblaciones que no tienen listas, y 12 ó 14 en que evidentemente son falsas; aunque las listas no estuvieran en esta disposición, ¿no era bastante razón la que he dado antes para aplazar las elecciones?

Pero al aplazar las elecciones es un atentado, es un golpe de Estado, es una cosa horrible. ¡Vaya una novedad! ¡Pues si precisamente las elecciones de los Ayuntamientos actuales fueron aplazadas y nada se dijo, y los republicanos callaron, y no temblaron las esferas y no hubo más que una ligera discusión aquí! Y de tal manera fueron aplazadas, que si ahora salen los actuales concejales, salen antes de lo que la ley marca, porque la ley marea que sea a los cuatro años, y no llevan más que tres y medio de ejercicio.

Entonces no se habló de golpe de Estado y todo pasó, repito, sin más que una ligera discusión. Pero pasó, repito, sin más que una ligera discusión. Pero es más: al Gobierno monárquico le ha bastado que un republicano se levantara en aquellos bancos un día para denunciar que en su provincia estaba las listas falsificadas y que no tenía nada de particular que con aquellas listas los republicanos perdieran las elecciones, para que el Gobierno monárquico, a fin de quitar todo pretexto a aquel republicano, le dijera: presente S. S. una proposición de ley pidiendo el aplazamientos de las elecciones en esa provincia, y el Gobierno la aceptará; y con efecto, la proposición se presentó, el Gobierno la admitió, y las elecciones se aplazaron en la provincia de Alicante. ¿Qué es esto, pues, de un atentado, ni de un golpe de Estado? ¿A dónde vamos a parar? ¿Qué significa esto?

Pues bien; las listas además están como he dicho y como sabe el Sr. Salmerón. Yo no sé hasta dónde llegará la falsificación en las listas de Madrid; lo que sé es que en una sola letra del censo era tal el número de nombres falsificados, que sacando la proporción con las demás letras, resultaban, me parece, que 13.000 votos. (El Sr. Salmerón: No es exacto, señor Presidente del Consejo de Ministros.) Diga S. S. el número, me es igual, (El Sr. Salmerón: He leído los datos esta tarde.) ¿Cuáles son?.

El Sr. SALMERÓN: Con la venia del Sr. Presidente, y sólo para establecer ese dato, diré que, comprendidas todas las inclusiones de nombres que no responden a la existencia personal de electores y de nombres que responden a electores que se hallan en las listas el cálculo es de o.576 en un censo de 120.000 electores.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): De modo que son unas o.000 las inclusiones; y como hay que contar con otras tantas exclusiones, resulta que dije yo bien cuando sostuve que serían 13.000. Pero en fin, me es igual, porque, como ha dicho S. S., en estas cosas no influye la cantidad, sino la calidad.

De todas maneras, S. S. se asombra tanto de esta gran falsificación, que quiere llevar a presidio a medio mundo; los tribunales están entendiendo en el asunto, y en ellos nos dirán el número de los que hay en las listas que no debieran estar, y determinarán el castigo que merecen los falsificadores. Las listas de Madrid están sometidas a los tribunales. (El Sr. Salmerón: No es exacto.) ¿No es exacto? (El Sr. Salmerón: No) ¿Qué no entienden los tribunales en el asunto? (El Sr. Salmerón: Eso sí; pero las listas no están bajo la decisión de los tribunales.) No he dicho eso; están bajo la jurisdicción de los tribunales para el esclarecimiento de las falsedades. ¿No es verdad eso? (El Sr. Salmerón: De las falsedades, sí.) Pues sabe también S. S. que ayer mismo en la Junta Central del Censo, se nos dio cuenta de que hay una capital de primer orden que hoy no tiene censo, y de que hay muchos puebles que están sin listas, aparte de que se dice también, y hay de esto noticia en la Junta Central del Censo, que son falsas las listas de Barcelona, que son falsas las listas de Sevilla y que en Córdoba no hay censo.

Pues bien; aparte de esta razón primordial que tiene el Gobierno para arreglar la cuestión municipal al mismo tiempo que arregla la Hacienda del Estado, lo cual obligaría a hacer una elección a los tres meses, hay la razón potísima de que las listas están tan mal, que la elección que se hiciera de segura tendría un vicio de origen por el cual debería declararse nula. (El Sr. Salmerón: No.) Este catonismo del señor Salmerón me hace a mí mucha gracia. (Risas.- El Sr. Salmerón: No hay aquí más que respeto a la ley; y ahí propósito de violarla.) ¿Se trata de un elector más en la Habana o Pinar del Río? Pues esas elecciones son falsas, esas listas deben ser falsas, se declara grave la elección. ¿Se trata de la falsedad de las listas de la Cámara de comercio de Valencia? Pues, [686] Sres. Diputados, aún no hemos salid del asombro que nos causaron los apóstrofes de aquella conciencia que iba a estallar, que le iba a abrir el pecho al Sr. Salmerón. Pero se trata de las elecciones municipales de Madrid y de las mismas de Valencia, y aun cuando no pueden ser falsas las unas sin ser falsas las otras? El Sr. Salmerón: No se ha enterado S. S. ) Sí me he enterado; pero a S. S. no le gusta lo que yo le digo, que es la verdad.

En las elecciones de Diputados, todos los apóstrofes de la más insigne elocuencia no son bastantes; pero se trata de las elecciones municipales, y S. S. dice: ¿Qué importa que las listas sean falsas, que vayan al Municipio a administrar los bienes comunales concejales elegidos con listas falsas? No importa eso; ahí podemos hacer nosotros nuestro agosto con esas falsedades, y por consiguiente vamos a la elección. No; el que quiera la sinceridad del sufragio, el que quiera la verdad de la elección, debe procurar, ante todo, la verdad de las listas. (El Sr. Salmerón: ¡Así lo han hecho el Gobierno y la mayoría!) Así lo hemos hecho; porque, ¿no lo sabe S. S.? ¡No lo ha de saber, si es conmigo individuo digno de la Junta Central del Censo! Su señoría sabe muy bien cómo se hicieron las primeras listas para el ejercicio del sufragio universal, y con qué dificultades lucharon los pueblos para hacerlas, pues había muchos que no tenían padrón y tuvieron que empezar por hacerlo; y como la ley no pudo prever esto, resultó que los plazos que se dieron fueron cortos para todas las operaciones, y se hicieron las listas como ahora se ha visto, atropelladamente, cosa que no se ha conocido hasta ahora al rectificarlas.

Pero para rectificarlas no basta incluir a los que hayan adquirido el derecho y excluir a los que lo hayan perdido; eso podría bastar tratándose de listas bien hechas, pero no tratándose de las actuales, que es necesario hacer de nuevo. Para esto no hay tiempo, se nos ha pedido nuevo plazo, y entonces es cuando hemos descubierto que la mayor parte de las listas son falsas. Y si esto es cierto y si dentro de poco las vamos a tener perfectamente rectificadas, ¿no vale la pena de que esperemos tres o cuatro meses para no hacer las elecciones con listas falsas? (El Sr. Azcárate: ¿Y los Diputados que estamos aquí?) Como están también los concejales en sus Municipios; pero ¿qué quiere S. S. que le diga? Yo no tengo noticias de las listas de León, por donde ha sido elegido S. S., pero supongo que estarán bien, porque esas cosas hay que suponer que están bien mientras no se demuestre que están mal. (El Sr. Azcárate: Pues por eso he pedido al Sr. Ministro de la Gobernación los datos que no me trae. - El Sr. Ministro de la Gobernación: ¿Pero qué datos quiere S. S.?- El Sr. Azcárate: Los necesarios para saber si la mayor parte de esas listas son falsas. - El Sr. Ministro de la Gobernación: ¿No le he dicho a S. S. que los tiene la Junta Central del Censo?)

En la Junta del Censo están, y el Sr. Salmerón, que tiene una memoria felicísima, debe decirle a S. S. al oído, que lo que hay en la Junta del Censo es cosa que asusta. Pero, en fin, no ha sido el señor Azcárate el que ha venido con unas listas? (El señor Azcárate: La mayoría de los Diputados.) Pues todo aquel que haya venido con unas listas de las cuales no se sepa que son falsas, claro está que hay que suponer que ha venido con listas verdaderas; pero, después de todo, aunque se sepa, el que ha sido admitido por el Congreso es Diputado legítimo; sea lo que quiera, se trata de evitar que las elecciones se hagan con listas falsas; el no hacerlo es contribuir a la falsificación y a que el sufragio universal se desacredite. Verdad es que a algunos señores republicanos les importa poco el sufragio universal, con tal de que saquen provecho, siquiera el provecho venga de la falsificación. (El Sr. Azcárate: ¿Hecha por nosotros y para nosotros?) ¡Ah! Es posible: yo no sé quién la ha hecho, ni para quién se ha hecho; pero de seguro no ha sido el Gobierno el que se ha aprovechado, entre otras cosas, porque no quiere aprovecharse de esos medios.

De todas maneras, SS. SS., según han declarado, conocían la falsificación, y nosotros no la conocíamos hasta que nos la han hecho saber las quejas de nuestros amigos. Después e todo esto, yo lo que quiero decir es, que no hay motivo ninguno para hacer lo que hacen los republicanos. Hemos presentado un proyecto de le en uso del derecho perfecto del Gobierno, que podrá estar equivocado, pero que cree obrar como deben en bien de los intereses del país; ese proyecto ha sido aprobado por el Senado, y ahora ha venido al Congreso para ser discutido; el Gobierno cree que es urgente su discusión, y eso es lo que propone a la Cámara. A vosotros no os parece bien, y para que podáis discutirlo cuanto queráis, dada la urgencia del proyecto, hemos prorrogado la sesión.

No la hubiéramos prorrogado si no os hubierais colocado en esa actitud. Pero ¿qué ha de hacer el Gobierno, sino defenderse al ver que habéis llenado la mesa de enmiendas y empezáis a presentar proposiciones incidentales que no vienen a cuento, y habéis anunciado un completo obstruccionismo? El Gobierno, se defiende, por tanto, y dice: puesto que no va a haber tiempo, por lo visto, para discutir el proyecto, vamos a aprovechar todo el que hay.

¿Queréis obstrucción? Hacedla. No tenéis motivo para ello; pero en fin, podéis hacerla. No digo que estéis en vuestro derecho; pero puesto que podéis hacerla, hacedla; y no os quejéis si el Gobierno se defiende, porque, ¿qué otro remedio le queda? ¿Queréis discutir? Pues a discutir; aquí estaremos discutiendo día y noche, tarde y mañana, y todo lo que sea necesario.

Pero considerad que si en lugar de presentar proposiciones incidentales que no vienen al caso, y enmiendas que no son enmiendas, y que no tienen más objeto que entorpecer la aprobación del proyecto; si en lugar de pronunciar discursos para hablar de todo, menos de lo que es objeto del debate, hubiéramos tratado del asunto en cuestión, a estas horas estaría perfectamente discutido el proyecto.

¿Y qué hubiera pasado? Pues no hubiera pasado nada. Hubiera ocurrido que las elecciones quedaban aplazadas por quien puede y debe hacerlo, si cree que está en el caso de aplazarlas: por el Poder legislativo.

¿Dónde está aquí el golpe de Estado? ¿Qué hay aquí de particular, de extraño ni de ordinario? ¿Qué hay tampoco de extraño en esta prórroga de la sesión?

Vosotros, que a todas horas habláis de Inglaterra y la presentáis como un país modelo de costumbres liberales, debéis saber que en Inglaterra muchas ve-[687] ces, cuando el Gobierno tiene necesidad de que un proyecto de ley sea aprobado inmediatamente, empieza la sesión en un día y acaba en la noche siguiente, y allí están discutiendo noche y día el proyecto hasta su aprobación. (El Sr. Azcárate: Inglaterra no es España.) ¡Ah! ¿Es decir que para lo que os conviene citáis ese país, y para lo que no os conviene no queréis hablar de él? Pues eso en Inglaterra sucede muchas veces, muchísimas; por la tarde empieza la sesión, y acaba al día siguiente con sol; y si eso ocurre allí muchas veces, ¿por qué os extraña que suceda una vez en España para aprobar un proyecto de ley que el Gobierno considera urgente, y mucho más cuando se trata de un acto, de un hecho como el de la suspensión de las elecciones?

Se trata de una ley que no necesita desenvolvimientos, que no necesita estudios para su aplicación, que no deja derechos establecidos, que no tiene nada de particular. ¿Y qué tiene que ver eso con lo que dice el Código civil respecto a los veinte días necesarios para que una ley empiece a regir? Aquí se trata sencillamente de un hecho que el Gobierno por sí no puede realizar, y acude a las Cortes para que con su concurso pueda tener efecto. ¿Dónde está el desacato a la ley ni a la Constitución? ¿Por qué se ha de oponer nadie a discutir una ley semejante?

No tenéis razón; creedme, no gastéis vuestras fuerzas en cosas en que no tenéis razón, porque, después de todo, quien más va a perder sois vosotros. No hay necesidad de hacer lo que estáis haciendo; no hay necesidad de dar este espectáculo de discutir sólo por perder el tiempo. Eso no abona vuestra actitud ni vuestra conducta. dejad esos bríos para mayores empresas, para algo que pueda convenir más a vuestro propio partido.

Porque, después de todo, Sres. Diputados republicanos, ¿qué vamos a meter en el bolsillo, porque aplazadas las elecciones, en vez de hacerlas en Mayo las hagamos en Noviembre? (El Sr. Ballestero: Entretanto, la falsificación conservadora se sustituye por la falsificación fusionista.- El Sr. Rodríguez, D. Calixto: Nosotros no falsificaremos nada.) Tampoco nosotros. En la Junta Central del Censo estamos el Sr. Salmerón y yo, y precisamente ayer el Sr. Salmerón presentó una proposición para que la Junta tomara mayores precauciones en la rectificación de las listas, al objeto de conseguir que en las nuevas rectificadas haya menos errores; es decir, que vamos a poner remedio, a no ser que se crea que eso no tiene remedio y que hemos de seguir con las listas falsas y con los Ayuntamientos como están; pero como eso no conviene al país, el Gobierno cumple con su deber haciendo lo que hace, y creo que vosotros no cumplís con el vuestro no accediendo a lo que el Gobierno cree conveniente para los intereses del país.



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